Por Gonzalo Ortega, director del área Digital en BTS.
La formación digital se ha popularizado en las dos últimas décadas, gracias a la penetración definitiva de internet y a la aceleración de los procesos de digitalización. No obstante, este es un fenómeno que viene de lejos. En los años 40, en plena II Guerra Mundial, se implantó en Estados Unidos un campo formativo que incluía cursos diseñados para especialistas militares, apoyados en contenidos audiovisuales.
Desde entonces, el sector ha evolucionado de la mano de la tecnología a una gran velocidad. En la actualidad, se puede decir que su gran logro ha sido democratizar el acceso al estudio de programas de gran calidad.
La pandemia ha supuesto un punto de inflexión en esta materia, ya que ha concienciado a organizaciones y personas de su necesidad y conveniencia. En 2021, según datos del Observatorio Sectorial DBK de Informa, el sector de formación para empresas en España facturó 1.800 millones de euros en 2021, lo que representa un incremento del 16,5 %, con respecto a 2020.
La importancia de mantenerse formado y actualizado reside en la necesidad que tiene el ser humano de recibir influencias que le permitan percibir, de manera correcta, la realidad propia de su entorno. La integración en la sociedad, unida a una motivación personal que le haga ser más competitivo en su puesto de trabajo, hacen de la formación un elemento fundamental en el día de hoy.
En un contexto de recesión e incertidumbre económica como el actual, donde vivimos inmersos en procesos de cambios constantes, la formación online es una opción cada vez más valorada por los trabajadores. La necesidad de adaptarse al nuevo mundo que nos viene puede estar cubierta con la adquisición, permanente y actualizada, de los conocimientos necesarios de cada sector.
Seguridad vs contenido
Los contenidos, la experiencia del aprendizaje y cómo la vive el usuario, son fundamentales en la formación digital individual. No obstante, la seguridad de la información, que debería estar en un relativo segundo plano, es una de las grandes preocupaciones de los responsables de diseñar la estrategia formativa en las organizaciones.
Del mismo modo, la existencia de un LMS (software de sistema de gestión de aprendizaje, instalado en un servidor web), la calidad del mismo o la posibilidad de recomendar uno, así como la seguridad a la hora de utilizar experiencias fuera de los servidores propios, son asuntos que conciernen especialmente a las áreas de formación de las organizaciones.
Sorprendentemente, dejan en segundo plano asuntos fundamentales del eLearning como la necesidad formativa, el contenido, la experiencia del usuario o los resultados esperados. Es probable que esto se deba a que se da por hecho que los contenidos son razonablemente buenos o a que buena parte de la población se ha rendido a la evidencia de que la formación digital no funciona del todo.
Hay que tener en cuenta que la satisfacción general con la formación online ha crecido notablemente por efecto de la pandemia y, especialmente, en el ámbito académico, consolidándose como una herramienta crucial para afrontar nuestro futuro profesional.
El aprendizaje online está facilitando la formación en habilidades, la renovación de los conocimientos y una mejor adaptabilidad al entorno laboral.
No obstante, la calidad de la formación digital basada en un contenido de valor es clave. Y este concepto no solo hace referencia a formación pura, sino también a la aplicabilidad. Es fundamental transmitir al usuario que la experiencia que va a vivir la va a poder poner en práctica inmediatamente. Debe ser adaptable a la cadencia de trabajo, concreta y dirigida.
Calidad vs cantidad
Esto implica que no es estrictamente necesario añadir a una oferta formativa una gran cantidad de cursos.
Vivimos en la época del consumo y de la inmediatez, donde el microlearning se ha consolidado como modelo de formación alternativo. Los cursos que dedican 15-20 minutos diarios al aprendizaje cada vez tienen más adeptos y triunfa el modelo Netflix en el que se aplican contenidos de corta duración que te dejan con ganas de más.
No obstante, dicho modelo puede ser un arma de doble filo en otros aspectos. La libertad de elección que genera el acceso a infinidad de películas y series no siempre implica una mejora de la calidad. Esta situación puede provocar que el usuario acabe eligiendo contenidos de poco valor y pierda la oportunidad de acceder a otros de mayor nivel, porque no tiene el tiempo necesario o la capacidad de discernir cualitativamente.
La paradoja de elegir la explica perfectamente Barry Schwartz, quien considera que la libertad de poder decidir entre varias opciones no nos ha hecho más libres y felices, sino todo lo contrario: más paralizados e insatisfechos. De este modo, asegura que cuanto más amplio sea el abanico de opciones, más fácil es lamentarse de la decisión tomada, porque aumenta la probabilidad de que lo elegido sea decepcionante.
Lo mismo se puede aplicar a la formación digital, aunque no es tan fácil llevarlo a cabo como afirmarlo. Con un análisis cuidadoso de las necesidades de cada grupo objeto de formación en la empresa, con una minuciosa selección de las mejores experiencias para cada uno de ellos, y con una mimada campaña de comunicación (inexistente en muchos casos), el éxito -si al menos no al 100 %-, está bastante asegurado. Es lo mismo que tratan de hacer las plataformas de streaming para analizar nuestros gustos como grupo de consumidor.
Las preocupaciones en el diseño de estrategias formativas en la empresa son en sí una señal de alarma. Podemos disponer de la mejor seguridad del mundo, una plataforma formativa de lujo perfectamente integrada y, a la vez, una oferta formativa deficiente y dispersa, por ser un enorme repositorio de cursos o experiencia variadas.
La formación digital (concreta y dirigida) ha de estar salvaguardada por la tecnología y la seguridad, pero nunca al revés.
Foto de Brendan Church en Unsplash
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